A nadie le ha sido indiferente todo lo que ha pasado en el último año. Desde octubre de 2019 todo empezó a cambiar a un ritmo vertiginoso, cual ráfaga intentando capturar un objetivo a alta velocidad en un tramo corto de terreno y tiempo.
Las oportunidades de disparar el obturador se vieron limitadas y las cámaras se volvieron compañeras ocasionales en momentos en que la vista desde la ventana llamaba a capturar un cielo rojizo de atardecer, o a aquella luna que ha sido testigo en el firmamento de como se ha ralentizado la vida durante la noche.
Retornar al ruedo tras un año de tener las cámaras guardadas puede ser un desafío. A veces el tiempo de inactividad congela esa claridad en la composición que uno busca o la velocidad de reacción frente al dinamismo del objetivo.
En diciembre, cuando parecía que todo volvería un poco más a la normalidad y que se reabrirían las actividades deportivas, ese maravilloso desierto de la tercera región nos convocó una vez más, entregándonos la oportunidad de disfrutar nuevamente de la arena y los motores. Todo organizado en base a una serie de medidas de precaución requeridas de acuerdo con la contingencia actual.
Fue la hora de volver a empolvar una vez más a mis fieles coequiperas. Si, empolvar, porque eso es lo que inevitablemente ocurre cuando cubres eventos de rally.
Todo vuelve a fluir mientras se está inmerso en la enormidad del desierto. A fin de cuentas, es como andar en bicicleta, no se olvida.
© Nico Altamirano.